La familia desde su origen ha sido pilar fundamental de la sociedad y elemento indispensable en su transformación; se le ha estudiado, utilizado como bandera, discurso, elemento de análisis, sujeto de investigación y objeto de programas que han intentado consolidarla, modificarla y entenderla en aras de mejorar a la sociedad en donde se encuentra inmersa. Sin embargo, las familias tienen su propia dinámica más allá de lo que las investigaciones y análisis puedan reflejar. Es a partir de la familia que la sociedad se transforma y se generan cambios en las interrelaciones humanas en todos los niveles.

 

La familia mexicana, que durante muchos años presumió de ser sólida y con principios envidiables casi a nivel mundial, no estuvo exenta de cambiar desde su estructura hasta sus problemáticas. Frente a la familia de “comercial” o “tradicional” en el cual están papá, mamá (casados por todas las de la ley) los hijos y algún otro pariente de la familia extensa como los abuelos, tíos o primos, en los cuales la comunicación, el amor y el respeto son valores que nutren y dirigen sus relaciones, encontramos a otras familias, constituidas de forma diferente, algunas de ellas con características negativas, destructivas o “secretos de familia” que afectan no sólo la intimidad del hogar, sino a la sociedad en su conjunto.

Frente a la “familia feliz mexicana” nos encontramos con una realidad que nos dice que está disminuyendo cada vez más el número de matrimonios y se está elevando el número de divorcios; que existe un 25% de hogares encabezados por mujeres quienes por diversas razones se encargan de proveer los recursos económicos necesarios (con un ingreso promedio mensual de seis mil 900 pesos) para sus hijos, quienes además atienden el hogar y se hacen cargo de la crianza, con todas las repercusiones que esto pueda generar tanto para la mujer como para los hijos.

Todos los días coexisten familias desintegradas donde prevalece la violencia, el maltrato infantil, el abandono, los vicios, la drogadicción, la falta de oportunidades, los embarazos adolescentes y algunos otros “secretos” que se disfrazan en muchas ocasiones con un poco de maquillaje y con “accidentes”, pero que no logran ocultar una realidad que impacta y merma el desempeño de cada uno de sus miembros en sus actividades cotidianas.

De acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos, una de cada dos mujeres que muere por homicidio, es asesinada por su marido, el novio o por algún varón que fue su pareja; la violencia de pareja afecta a casi 50% de las mexicanas de entre 15 y 40 años de edad y alrededor de 25 millones de mujeres han sufrido algún tipo de violencia en su vida; independiente de estas cifras es indudable y preocupante darse cuenta que esto es el pan del día a día y que se vive o se habla de ello con cierta “naturalidad”.

Es evidente que la familia mexicana necesita apoyo para enfrentarse a todo esto. Es necesario quitarse la venda, dejar de “hacer oídos sordos”, pasar del discurso de “lo que las familias necesitan” o aquello de que algunos asuntos sólo competen al ámbito privado o aún más, eso de que “la ropa sucia se lava en casa” y pasar a la acción. Es urgente consolidar estrategias para fortalecer este núcleo tan importante. Es prioritario consolidar a la familia como el espacio fundamental para el desarrollo armónico e integral del individuo de acuerdo al mensaje de su Santidad Benedicto XVI, al ser la familia la primera e insustituible educadora para la paz, es intolerable la violencia que se comete dentro de ella. Rescatar el “lenguaje familiar” amoroso y de paz es indispensable si pensamos en la construcción de una sociedad más digna y solidaria.

Publicado en Revista Signo de los Tiempos, Año XXIV, n.177, abril de 2008, pag. 10.

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