El proceso electoral mexicano del 2006 ha sido rico en experiencias y en lecciones que trascienden el ámbito político: nos dan señales respecto a quiénes somos y cómo está el país en estos momentos.

Después de los comicios acaecidos el dos de julio del presente año, diversas voces han alertado sobre el fenómeno de la polarización social y advierten sobre diversos escenarios, entre los que se encuentran aquellos donde el descontento y la violencia prevalecen. Seguramente usted habrá escuchado algún comentario o anécdota que habla de personas enfrentándose entre sí por la defensa de sus ideas, de su partido o de aquello que consideran correcto. Ante este panorama es necesaria una profunda reflexión.

Los mexicanos somos diversos en todos los aspectos que conforman nuestro ser social; la realidad económica, política y cultural da elementos para diferenciarnos aún más. La polarización social tiene sus raíces en las diferencias que logran expresarse y agruparse, así como oponerse ante aquello que no se reconoce como igual. Ante la falta de reconocimiento del otro o de lo otro pueden plantearse múltiples reacciones y acciones, entre las que históricamente podemos encontrar la exclusión, la marginación, la degradación, la violencia e incluso el exterminio.

Es fundamental que no dejemos de lado los efectos psicológicos en la población de esta polarización social y que llegará a afectar tarde o temprano el tejido social. Algunas manifestaciones son el incremento en los niveles de agresión física y verbal, sentimientos de tristeza, miedo, rabia, impotencia, frustración, intolerancia, fragmentación y enfrentamiento en lugares que se consideran de convivencia, como pueden ser la familia, el trabajo, la escuela, las organizaciones, los partidos, etc.

Estos fenómenos se han manifestado con mayor claridad después de los resultados electorales; poco a poco se percibe una tensión creciente, similar a la de una cuerda que se jala por los dos extremos, y al ser el resultado incierto todavía, debemos considerar las posibilidades que nos presenta esta circunstancia.

Culturalmente solemos asociar a la tensión o a las crisis como un elemento negativo y que debería evitarse en la medida de lo posible. Sin embargo, es hora de cambiar nuestras percepciones y enfrentar nuestro miedo a perder el lugar confortable que da la estabilidad. En esta ocasión la tensión generada por las fuerzas movilizadas por la diversidad social de nuestro país nos enfrenta a reconocer las características y necesidades del otro, de aquel que considero distinto a mí.

Es hora de observarnos, de conocer nuestras diferencias, nuestras necesidades y reconocernos en las similitudes. Es momento de dialogar y generar sinergias a partir del acuerdo. Debemos trabajar por el país que queremos, con una visión amplia, tolerante y democrática, pensando siempre que aquellos que nos gobiernen sólo estarán de paso en la administración, pero que todos como mexicanos viviremos en este lugar más allá de un sexenio.

Publicado en Revista Signo de los Tiempos, Año XXII, no.157, agosto de 2006, pag. 10.

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