Es inevitable, las experiencias vividas nos cambian los lentes con los que miramos el mundo. Con cada experiencia se pueden abrir ante nosotros nuevos caminos y es posible plantearse nuevas preguntas que modifiquen nuestro ahora y nuestro futuro. La llegada de mi hijo trajo para mi unos nuevos lentes y nuevas preguntas.
Ahora, observando a las personas de repente me encuentro imaginándolas cómo niños o niñas pequeños, me pregunto cómo habrán sido de bebés, cómo habrá sido su infancia y sus padres.
Me pregunto, por ejemplo, ¿qué habrá aprendido de esos primeros años una persona involucrada en relaciones personales tóxicas o complicadas, o una persona que violenta los derechos de otros, cuyos valores, acciones y actitudes no promueven el crecimiento de quienes le rodean e intoxican el medio ambiente donde se desempeñan?
Si bien infancia no es destino, no se puede negar el profundo impacto de los primeros años y de nuestros primeros cuidadores; es como si al nacer nos hubieran dado nuestro pedacito de tierra, nuestro gran proyecto personal, pero como no podíamos hacernos cargo en principio, fueron necesarios unos primeros jardineros que con sus recursos y las semillas que tenían cuidaron de ella hasta que pudiéramos hacernos cargo.
¿Te has preguntado qué cosas sembraron en ti? ¿Qué semillas crecieron y te han impulsado hacia adelante, a seguir tus sueños, a ser una mejor versión de ti mismo? ¿Qué semillas han sido fuente de sufrimiento? ¿Te has dado cuenta que seguramente aparecieron por ahí plantas que no sirven de nada, de esas que afean el paisaje y consumen energía y recursos, y que hay que limpiar el jardín de ellas?








