Escrito por

Déborah Buiza G.

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Es inevitable, las experiencias vividas nos cambian los lentes con los que miramos el mundo. Con cada experiencia se pueden abrir ante nosotros nuevos caminos y es posible plantearse nuevas preguntas que modifiquen nuestro ahora y nuestro futuro. La llegada de mi hijo trajo para mi unos nuevos lentes y nuevas preguntas.

Ahora, observando a las personas de repente me encuentro imaginándolas cómo niños o niñas pequeños, me pregunto cómo habrán sido de bebés, cómo habrá sido su infancia y sus padres.

Me pregunto, por ejemplo, ¿qué habrá aprendido de esos primeros años una persona involucrada en relaciones personales tóxicas o complicadas, o una persona que violenta los derechos de otros, cuyos valores, acciones y actitudes no promueven el crecimiento de quienes le rodean e intoxican el medio ambiente donde se desempeñan?

Si bien infancia no es destino, no se puede negar el profundo impacto de los primeros años y de nuestros primeros cuidadores; es como si al nacer nos hubieran dado nuestro pedacito de tierra, nuestro gran proyecto personal, pero como no podíamos hacernos cargo en principio, fueron necesarios unos primeros jardineros que con sus recursos y las semillas que tenían cuidaron de ella hasta que pudiéramos hacernos cargo.

¿Te has preguntado qué cosas sembraron en ti? ¿Qué semillas crecieron y te han impulsado hacia adelante, a seguir tus sueños, a ser una mejor versión de ti mismo? ¿Qué semillas han sido fuente de sufrimiento? ¿Te has dado cuenta que seguramente aparecieron por ahí plantas que no sirven de nada, de esas que afean el paisaje y consumen energía y recursos, y que hay que limpiar el jardín de ellas?

Es natural, el hombre ante lo que vive analiza e interpreta, no le gusta encontrarse en el terreno de lo desconocido y rápidamente encuentra argumentos para lo que le sucede, para describir quienes son los demás, para entender su mundo y para definirse.

Tal vez, porque no nos gusta vivir en la indefinición o en la eterna pregunta de ¿quién soy?, buscamos explicaciones sobre quiénes somos, y a veces creemos encontrarlas fuera de nosotros, puede ser en alguna teoría o campo de conocimiento que pretenda describir nuestra realidad y nuestra persona, o en las opiniones de los más cercanos y amados.

Resulta muy tentador, e incluso cómodo, aceptar la opinión de los demás y las descripciones que sobre nosotros provienen del exterior, de principio puede ser más fácil aceptar que nos digan quienes somos, de ahí quizá el éxito de ciertos “test”, de la inquietud por los resultados de la aplicación de pruebas psicológicas (útiles en ciertos contextos y en manos calificadas) y el gusto culposo por las cartas astrales y otros “métodos” de adivinación o predicción, etc.

Si bien el exterior es una fuente de información que puede brindarnos referentes y líneas que nos permitan explicarnos y describirnos, no hay que perder de vista que pueden ser insuficientes, inexactas y parciales para saber quiénes somos y lo que podemos lograr.

Valdría la pena parar un momento y preguntarnos ¿por qué es el otro quien tendría que definirnos y no nosotros mismos?, ¿por qué aceptamos las definiciones del exterior? ¿y nuestra definición?

Hay momentos en el día en el que se extraña la compañía de aquellos que ya no están. Los domingos por la tarde, al despertar, cuando haces el súper o preparas comida para una persona, en los eventos importantes y trascendentes, en las fechas significativas que eran compartidas, en las actividades cotidianas y simples, la realidad te golpea y te das cuenta que donde eran dos, ya sólo hay uno.

Hay otros momentos en los que se extraña al que no ha llegado. Cuando miras a tu alrededor y parece que todo mundo está felizmente en pareja, los miras besándose apasionadamente en la calle y caminando tomados de la mano, los miras en los eventos sociales, en los “muros” de tus amistades, parece que la felicidad está en hacer pareja y familia, la realidad te golpea y te das cuenta que sólo eres uno.

A ratos no sientes la soledad y te entretienes bien entre el trabajo y las ocupaciones diarias (hay quien se incluye en mil actividades para no sentirla), sin embargo hay un punto en el que te das cuenta que las cosas no son cómo a ti te gustaría, que preferirías que esa persona estuviera contigo, que desearías estar un poco más acompañado y entonces se puede empezar a filtrar la tristeza, el desánimo, la sensación de desamparo, etc.

¿Qué hacer? No hay recetas, ni mejores, ni únicas formas, pero de principio te propongo trabajar en lo siguiente:

Dada la proximidad del “Día del padre” me di a la tarea de buscar alguna frase para una tarjeta de felicitación, después de buscar y buscar no encontré algo que me gustara, algo que describiera a esos papás que conozco y que admiro, a esos papás que a pesar de los convencionalismos sociales que aún existen, miedos personales y demás obstáculos, se han sumergido al 100% en el tema de la paternidad.

En una tienda de decoración de fiestas le pregunté a la vendedora si tendría algo para el “Día del padre” y de principio amablemente me dijo que aún no tenían nada, pero al insistir en cuándo llegaría el material me sonrió con una mezcla de sorpresa, ternura y sarcasmo y me respondió “no creo que llegue algo, la verdad ¿quién festeja a los papás?”.

Soy muy afortunada. Ni mi madre, ni mi suegra han metido su cuchara para opinar respecto a la crianza de Emiliano y mi marido ha sido respetuoso y prudente, por lo que hasta el momento hemos logrado tranquilamente coincidir en aspectos que nos son importantes para nuestro hijo, es el caso de la alimentación y el sueño.

Sin crítica ni opiniones todo ha sido más fácil, más no miel sobre hojuelas, hay tanta información sobre todos los aspectos de la crianza que es muy fácil perderse, confundirse y sentirse culpable por lo que uno hace o no hace.

Mi mamá cuando yo llegue al mundo sólo tenía de apoyo un libro que según recuerdo se titulaba “Su niño” publicado por Selecciones, herencia de su comadre, que consultaba cuando le surgía una duda, ella hacía lo que podía, lo que su intuición y sentido común le dictaban, estábamos ella y yo solas aprendiendo a ser madre e hija y creo que nadie opinó sobre si lo hicimos bien o no.

Ahora en mi turno de ser mamá, cualquier duda (por mínima que sea) puedo consultarla a San Google o San YouTube y estoy inscrita en grupo de mamás en una red social en la que es posible escribir no sólo las dudas sino compartir el día a día en esta experiencia de crear y criar seres humanos, ahora (afortunadamente) es posible coincidir con otras mamás solidarias que comparten lo que saben y lo que les ha funcionado con sus pequeños.

Yo aprendí a bañar a mi bebé y a usar el fular viendo un video en YouTube y leyendo ciertos post me alivia saber que hay otras mamás que les inquieta lo mismo que a mí; me reconforta saber que no estoy sola en esto de ser mamá en un tiempo como en el que vivimos y la gran parte del tiempo me siento acompañada.

Sin embargo, con tristeza me doy cuenta que vivir en un tiempo en el que hay tanta información disponible y se “comparte” tanto en las redes sociales, también tiene sus contras.

Siempre he creído que el sueño es sagrado, es el recurso que tiene nuestro organismo para repararse y seguir adelante, soy una convencida de que “sí amas a alguien, déjalo dormir”. Los investigadores del sueño dicen que dormir bien tiene múltiples beneficios: ayuda al metabolismo a funcionar adecuadamente, aumenta la resistencia física, reduce el estrés, combate la irritabilidad, el mal humor y la depresión; durante el sueño se fortalece la memoria, mejora la capacidad de aprendizaje y de concentración; el sueño favorece que produzcamos ideas nuevas y seamos más creativos.

No dormir bien tiene efectos contraproducentes: nos volvemos menos receptivos a las emociones positivas y aumenta la probabilidad de desarrollar depresión o favorecer la aparición de alguna enfermedad mental; la falta de sueño aumenta los niveles hormonales que no permiten mantener un peso saludable, además se debilita el sistema inmunológico dejando propenso al organismo a enfermedades; la afectación en la concentración y en la creatividad puede tener efectos en el tiempo de reacción y la toma de decisiones.

En conclusión, dormir es bueno para la salud física y mental, es vital para el ser humano; podría decirse que quien duerme mal vive mal.

En casi 35 años no había caído en la cuenta de que los bebés lloran, lloran mucho y casi todo el tiempo, no lo supe hasta que llegó Emiliano. Recuerdo vagamente en mis días de infancia a mi hermano cuando era pequeño que lloraba y lloraba, parecía que hacía berrinche por todo y sólo quería estar con mi mamá, en aquellos días me parecía tan extraño, no lo comprendía.

En algún momento llegue a ver a alguna mamá apurada y casi avergonzada en algún lugar público tratando de calmar a su pequeño que rompía con la tranquilidad con sus gritos y lloriqueos, tampoco entonces comprendí que sucedía. Mi escasa experiencia y convivencia con niños no me dejó anticipar lo que se avecinaba al tener un bebé en casa.

Si, los bebés lloran.

A las dos semanas de ser mamá me parecía que Emiliano lloraba todo el tiempo y por todo, aquello no era lo que había imaginado de la “maravillosa experiencia”, ahora a la distancia me doy cuenta que mis hormonas y mi alto nivel de cansancio me tenían en un punto extremo de sensibilidad, aunque sí, él lloraba todo el tiempo… ¿por qué? Simplemente porque los bebés lloran.

¡Ah, los pañales! Artículo de primera necesidad cuando tienes a un bebé en casa y que antes de su llegada ni te habrías imaginado el sinfín de situaciones que rodean algo tan simple como su cambio.

Seguro en algún “babyshower” se hace un juego en el que están involucrados y puede uno reír ante lo cómico de las situaciones que nunca se parecerán a la vida real, entonces no sabes lo que te espera: cambios de pañal cada dos o tres horas (so pena de tener que cambiar al pequeño de manera completa por alguna fuga, aunque realizar el cambio en corto tiempo tampoco garantiza que no se tenga que realizar un cambio completo); cambios de pañal en los lugares más inverosímiles y horarios más extraños; cambios de ropa no sólo del bebé sino tuyos también y algunos accidentes que implicaran una limpieza un poco más profunda.

Después de algunos meses casi es posible hacer un cambio de pañal con los ojos cerrados o medio dormida, hablando por teléfono, cargando bolsa y pañalera, resolviendo algún otro asunto y a una velocidad que dejaría perplejo a casi cualquiera.

El reposo y los cuidados de las últimas semanas nos han permitido llegar a la semana 37. En la última revisión médica me han dicho que a partir de la próxima semana suspenderemos los medicamentos y esperaremos el momento en que el bebé quiera llegar. Día a día, hora con hora, crece la expectativa: ¿Cuándo llegará? ¿Cómo será? ¿Qué pasará?

Preparando su llegada

RRO y yo no somos los únicos que esperamos con ansia y alegría la llegada del pequeño, nuestras familias y amigos también. Hemos recibido muchísimas muestras de cariño, apoyo, regalos, consejos y bendiciones de todos y cada uno de ellos que nos han hecho sentir muy acompañados en este proceso donde todo es nuevo.

La casa continua en remodelación y el cuarto del bebé aún no está listo pero mi hermano y mi cuñada se han encargado de que el pequeñito ya tenga donde dormir sus primeros meses y le han regalado un bellísimo moisés.

Tener trabajo es una bendición (sobre todo si te gusta lo que haces). Ser mamá es una doble bendición. Por lo tanto, ¿ser madre trabajadora es una triple fortuna?

Siempre he admirado a las madres que tienen una doble, y a veces hasta triple, jornada. Corren con sus hijos de la casa a la escuela, de la escuela al trabajo, del trabajo a la casa, dividiéndose y multiplicándose para cumplir al 100% con ser mamá y ser mujer trabajadora.

Las he visto sobreviviendo a largos, demandantes y estresantes horarios laborales, tratando de manejar la frustración de desempeñar actividades que limitan la corresponsabilidad entre vida familiar y laboral, poniendo en juego constantemente su salud y su equilibrio emocional por ello. ¡Es increíble lo que hacen!

Ser mamá en proceso que trabaja tampoco es sencillo. He sido afortunada y durante estos meses de dulce espera logré mantener bajo control el efecto de las hormonas enloquecidas y creo que mi desempeño laboral no se vio afectado por el embarazo (con la excepción de los días fuera de circulación por indicaciones médicas), sin embargo no puedo decir lo mismo en sentido contrario.

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