Siempre he creído que la libertad es la capacidad que tenemos para escoger el camino y nuestras acciones. Algunos escogen un camino que les lleva a estar entre cuatro paredes donde no hay mucho que decidir o escoger. Al momento de escribir las siguientes líneas viene a mí un recuerdo, una nota publicada en los medios y una inquietud que me gustaría compartir contigo.
El proceso electoral mexicano del 2006 ha sido rico en experiencias y en lecciones que trascienden el ámbito político: nos dan señales respecto a quiénes somos y cómo está el país en estos momentos.
Después de los comicios acaecidos el dos de julio del presente año, diversas voces han alertado sobre el fenómeno de la polarización social y advierten sobre diversos escenarios, entre los que se encuentran aquellos donde el descontento y la violencia prevalecen. Seguramente usted habrá escuchado algún comentario o anécdota que habla de personas enfrentándose entre sí por la defensa de sus ideas, de su partido o de aquello que consideran correcto. Ante este panorama es necesaria una profunda reflexión.
Los mexicanos somos diversos en todos los aspectos que conforman nuestro ser social; la realidad económica, política y cultural da elementos para diferenciarnos aún más. La polarización social tiene sus raíces en las diferencias que logran expresarse y agruparse, así como oponerse ante aquello que no se reconoce como igual. Ante la falta de reconocimiento del otro o de lo otro pueden plantearse múltiples reacciones y acciones, entre las que históricamente podemos encontrar la exclusión, la marginación, la degradación, la violencia e incluso el exterminio.
¿Conoce la trillada frase “los niños y los jóvenes son el futuro de México”? ¿Considera que las acciones en el tiempo presente son factores que influyen en un momento futuro? Permítame presentarle algunas cifras sobre el presente de los niños y los jóvenes mexicanos.
Nuestro país cuenta con 20 millones de personas de entre diez y 20 años. Actualmente, 15 de cada cien jóvenes viven con carencias económicas que los mueven a buscar trabajo cuando cumplen 16 años y los convierte, a la mayoría de ellos, en pieza fundamental en la economía familiar. Esta condición también los hará desertar de la escuela limitando en un futuro la oportunidad de conseguir un empleo mejor remunerado, y es muy probable, al paso de los años, encontrar a estos jóvenes (17 de cada cien) migrando a Estados Unidos con la esperanza de una “vida mejor”.
La familia desde su origen ha sido pilar fundamental de la sociedad y elemento indispensable en su transformación; se le ha estudiado, utilizado como bandera, discurso, elemento de análisis, sujeto de investigación y objeto de programas que han intentado consolidarla, modificarla y entenderla en aras de mejorar a la sociedad en donde se encuentra inmersa. Sin embargo, las familias tienen su propia dinámica más allá de lo que las investigaciones y análisis puedan reflejar. Es a partir de la familia que la sociedad se transforma y se generan cambios en las interrelaciones humanas en todos los niveles.
La familia mexicana, que durante muchos años presumió de ser sólida y con principios envidiables casi a nivel mundial, no estuvo exenta de cambiar desde su estructura hasta sus problemáticas. Frente a la familia de “comercial” o “tradicional” en el cual están papá, mamá (casados por todas las de la ley) los hijos y algún otro pariente de la familia extensa como los abuelos, tíos o primos, en los cuales la comunicación, el amor y el respeto son valores que nutren y dirigen sus relaciones, encontramos a otras familias, constituidas de forma diferente, algunas de ellas con características negativas, destructivas o “secretos de familia” que afectan no sólo la intimidad del hogar, sino a la sociedad en su conjunto.
Frente a la “familia feliz mexicana” nos encontramos con una realidad que nos dice que está disminuyendo cada vez más el número de matrimonios y se está elevando el número de divorcios; que existe un 25% de hogares encabezados por mujeres quienes por diversas razones se encargan de proveer los recursos económicos necesarios (con un ingreso promedio mensual de seis mil 900 pesos) para sus hijos, quienes además atienden el hogar y se hacen cargo de la crianza, con todas las repercusiones que esto pueda generar tanto para la mujer como para los hijos.
Todos los días coexisten familias desintegradas donde prevalece la violencia, el maltrato infantil, el abandono, los vicios, la drogadicción, la falta de oportunidades, los embarazos adolescentes y algunos otros “secretos” que se disfrazan en muchas ocasiones con un poco de maquillaje y con “accidentes”, pero que no logran ocultar una realidad que impacta y merma el desempeño de cada uno de sus miembros en sus actividades cotidianas.
De acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos, una de cada dos mujeres que muere por homicidio, es asesinada por su marido, el novio o por algún varón que fue su pareja; la violencia de pareja afecta a casi 50% de las mexicanas de entre 15 y 40 años de edad y alrededor de 25 millones de mujeres han sufrido algún tipo de violencia en su vida; independiente de estas cifras es indudable y preocupante darse cuenta que esto es el pan del día a día y que se vive o se habla de ello con cierta “naturalidad”.
Es evidente que la familia mexicana necesita apoyo para enfrentarse a todo esto. Es necesario quitarse la venda, dejar de “hacer oídos sordos”, pasar del discurso de “lo que las familias necesitan” o aquello de que algunos asuntos sólo competen al ámbito privado o aún más, eso de que “la ropa sucia se lava en casa” y pasar a la acción. Es urgente consolidar estrategias para fortalecer este núcleo tan importante. Es prioritario consolidar a la familia como el espacio fundamental para el desarrollo armónico e integral del individuo de acuerdo al mensaje de su Santidad Benedicto XVI, al ser la familia la primera e insustituible educadora para la paz, es intolerable la violencia que se comete dentro de ella. Rescatar el “lenguaje familiar” amoroso y de paz es indispensable si pensamos en la construcción de una sociedad más digna y solidaria.
Publicado en Revista Signo de los Tiempos, Año XXIV, n.177, abril de 2008, pag. 10.
En México comenzamos un nuevo sexenio en el que no hay “borrón y cuenta nueva”, sino cuentas pendientes, -prioridades de la nación- con intereses moratorios bastante atrasados, -retrasos en el desarrollo –y acreedores, -ciudadanos – poco dispuestos a seguir soportando más demoras.
¿Se ha fijado que las primeras acciones del nuevo gobierno establecieron como prioridades el combate a la inseguridad, el desempleo y el manejo de los recursos? Sin duda son aspectos de primerísima importancia pero no son precisamente los retos fundamentales de nuestro país. Debemos empezar por distinguir entre lo urgente y lo importante, ya que de no hacerlo corremos el riesgo de convertirnos en espectadores de impactos mediáticos y beneficiarios de estrategias desarticuladas con mínimos resultados a largo plazo, dejando nuestra responsabilidad ciudadana en el olvido.
¿Qué sabe uno de ser padre o madre?
Tal vez pueda uno tener algún tipo de información previa o referencias por los pequeños familiares, muchas fantasías y sueños de cómo son los hijos y de cómo es ser padre o madre y aún más, altas expectativas de cómo seremos nosotros ejerciendo la paternidad o la maternidad.
La realidad supera toda información previa, toda expectativa, todo sueño. Ser papá o mamá es una experiencia que muchas ocasiones desborda, descontrola nuestras rutinas, rompe nuestros límites físicos y emocionales, reta nuestras creencias y prejuicios, nos confronta con nuestra historia personal y familiar, con nuestros miedos y fantasmas, nos cuestiona quienes somos y quienes podremos ser, y ni siquiera es así por tener un hijo con alguna necesidad especial o bajo circunstancias complicadas, es el día a día que te prueba.
En el acelere cotidiano, de la rutina, las responsabilidades, las obligaciones, la alta auto exigencia, la obsesión por el control y el perfeccionismo ¿cuántas veces nos damos la oportunidad de ponerle pausa a nuestro día a día y nos entregamos al goce de un momento que puede volverse especial?
Objetivamente sabemos que el reloj no para su marcha, si algo hay cierto es la continuidad del tiempo, nunca se detiene, sin embargo hay circunstancias y momentos, en los que podemos sentir como si el tiempo no existiera, algo mágico parece haber en ello e incluso nos da una energía especial que nos permite continuar sonriendo, soñando… viviendo plenamente.
Sentarse en un sillón mullido, a lado de una ventana abierta por la cual entran los últimos cálidos rayos del sol que está por ocultarse, sentir en el rostro el fresco aire del verano mientras observas el vaivén de las ramas de los árboles del parque vecino…
Comer tu helado favorito, lenta y golosamente, disfrutando la cremosa textura derritiéndose suavemente en la boca, provocando sensaciones placenteras y evocando recuerdos de infancia…
La vida se ha tornado complicada y tú te has descubierto ineficiente para enfrentarla, parece que te falta algo o alguien para salir adelante, de repente, aparece una solución que promete felicidad, éxito, fama, fortuna y bienestar envuelto en “técnicas” de superación personal.
Y ahí estas sentado entre otros invitados quienes igual que tú desean resolver rápidamente los temas que vienen arrastrando desde hace mucho tiempo; nos encontramos tan deseosos de soluciones instantáneas que dejamos de escuchar las alarmas que suenan en nuestro interior avisándonos del peligro que corremos.
¿Hace cuántos años dejaste de ser niño? ¿Te acuerdas cómo eras? ¿A qué jugabas? ¿Qué querías ser cuándo fueras grande?
Tal vez no ha pasado mucho tiempo desde aquellos días y claramente están todos esos recuerdos en tu mente, o no.
Hoy que ya eres un poco mayor, ¿eres lo que soñaste cuándo niño? Es claro que cuando uno es pequeño sueña con ser tantas cosas, todo parece posible de lograr y de ser (incluso ser superhéroe con capa y toda la cosa), conforme pasa el tiempo de algún modo no damos cuenta que hay que enfocarnos en algo y si existe el acompañamiento adecuado logramos canalizar quienes somos y nuestras inquietudes hacia quienes queremos ser, encontrando un camino personal, profesional y laboral que puede desarrollarse en armonía.
Te tiras en la cama (o en el sillón, o en el piso, o en la acera, en realidad no importa, da igual), cierras tus ojos y aparece ese pensamiento que te ha acompañado desde hace varios días… ¿qué sentido tiene que siga viviendo? ¿Y si un día no despertara?
Con dificultad (o no) te quedas dormido y al paso de las horas abres los ojos en un nuevo día, un día que sientes que no tiene nada nuevo ni bueno para ti… ¡carajo, para qué amanecí! Desolación, apatía, indiferencia, tristeza… sin fuerzas, sin sueños, sin motivos… demasiado, todo pesa demasiado, todo cansa demasiado, todo harta demasiado… diría Jaime Sabines, la gotera de los días y la vida yéndose sin sentido.