Escrito por

Déborah Buiza G.

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“Pero unas personas valen para unas cosas y otras para otras.
Hay quien vale para el maratón, quien vale para el golf y quien vale para las apuestas”.
H. Murakami.

En diversas circunstancias recurrimos a la comparación con los demás. Vas por la calle y te encuentras con algún conocido de otra época de tu vida. Te enteras de lo bien o mal que le está yendo a alguien cercano. Te cuentan de como la está pasando algún ex. Y entonces, sin quererlo pero tampoco sin detenerlo mucho, empieza ese proceso de evaluarnos en comparación con lo que sabemos de esa persona o de lo que ha conseguido (para bien o para mal).

Imagina la escena. Un día decides que la relación amorosa que tienes ya no cumple las expectativas, y con todo el dolor de tu corazón te reúnes con él/la que se convertirá a partir de ese momento en tu ex. Seguro sabes cómo es eso. Ahora imagina todo ese momento sonando de fondo “With or Without You” de U2 o “Ahora que te vas” de Luis Miguel (o alguna de despedida). ¡No por favor! Seguramente la próxima vez que la escuches, y dependiendo de cómo hayas salido de ese asunto, te evocará recuerdos y emociones.

De repente la vida da un giro inesperado (alguien o algo se va o llega a nuestra vida), o las cosas no han resultado a nuestro favor, o simplemente por ociosidad (si, a veces uno tiene momentos ociosos en la fila del super, del banco, viajando en el transporte público, esperando al dentista, etc.) y entonces se abre ante nosotros un espacio en el que utilizamos la capacidad que tenemos para cuestionamos.

Espacio que se convierte en una caja de Pandora si combinamos preguntas mal formuladas, capciosas, ociosas, malintencionadas con respuestas provenientes de una autoestima mal ubicada, un ego herido, falta de perspectiva, emociones desbordadas, planteadas en un mal momento. Y entonces te preguntas, ¿por qué a mí?, ¿por qué siempre me pasan estas cosas?, ¿por qué la (o) quiere más que a mí?, y una pregunta lleva a la otra y de repente te encuentras enredado en tus propios planteamientos y en todo aquello que generan. Resultará difícil salir de un laberinto de preguntas que te han remontado al pasado, al dolor, a tus debilidades y temas pendientes.

A unos días de su cumpleaños una persona me dijo, “ya han sido muchos años, como que ya me aburrí” y entonces me pregunté ¿cómo puede uno aburrirse si hay tantas cosas por hacer y la vida se va presentando tan distinta todos los días? Al menos siempre he pensado que me gustaría vivir muchos años, los suficientes para hacer una lista enorme de proyectos que traigo en la cabeza (es claro que no todo se puede hacer al mismo tiempo).

Y puede ser que los días, las semanas y los años nos parezcan lo mismo, que nada interesante, importante o trascendental suceda en mucho tiempo. Tal vez, la vida transcurre en esa estabilidad y tranquilidad tan anhelada en los momentos de tormenta, sin embargo no hay que perder de vista que la mayor parte del tiempo somos nosotros quienes hacemos de nuestra vida una aventura constante o el mismo paseo de siempre.

Antes de cualquier cosa, me gustaría decir que no soy especialista en cine, ni esta columna pretendería ser una crítica especializada en séptimo arte o algo parecido. Me gusta el cine y por lo general busco quedarme con algún mensaje o reflexión de las cintas que veo, para mí o como material de conversación o recurso didáctico. Dicho lo anterior me siento en mayor libertad para comentar lo siguiente.

Tuve la oportunidad de ver la película Ted. Por decir algo muy general (y no quitarles la ilusión a quienes no la hayan visto), la película plantea el sueño cumplido de un pequeño por tener un mejor amigo para siempre encarnado en su oso de peluche. Todo va bien mientras John (el protagonista) es pequeño, pero las circunstancias cambian cuando él tiene más edad, un trabajo, e intenta tener una relación de pareja.

Más allá de si la película es buena, mala, me reí mucho o no, me quedé pensando, ¿cuántas cosas, hábitos, relaciones, creencias y emociones conservamos de nuestra vida infantil en nuestra vida adulta que no nos permiten avanzar?

Se dice que si quieres saber porque el otro es como es, habría que caminar unos kilómetros en sus zapatos, y si bien la frase nos remite a la importancia de valorar a los demás y ser empáticos, comprensivos y respetuosos, mientras corría por las hermosas calles de Querétaro me pregunté si sería posible que alguien pudiera correr en mis tenis.

He de confesar que me gusta correr y ver correr. Al paso de los kilómetros y las distancias he encontrado que cada corredor (a) es distinto (a). Aunque la ruta propuesta sea la misma todos tienen algo tan diferente, puede ser el motivo para estar ahí, la meta propuesta, el entrenamiento previo, lo que hay en su mente y en su corazón que los (las) hace correr. Y digo corredores (as) por poner un ejemplo, pero igual aplica para cualquier profesión, oficio, afición o deporte (a pesar de los clichés y los estereotipos).

Cada uno es distinto y con una misión distinta -incluso el camino se encuentra diferente porque para cada uno tiene distintos significados- por lo que nadie puede caminar ni correr los kilómetros que te estén destinados, o los que quieras o debas hacer. Podrán acompañarte en el trayecto, ser tu porra en los momentos en los que sientas que tus piernas ya no dan más o que te falta el aliento, podrán estarte esperando en la meta para festejar, pero no pueden correr por ti (ni aún con tus tenis preferidos, ni con las mejores intenciones).

Hace algunos años iba cruzando la calle cuando un automovilista, estando aún el semáforo en rojo, quiso avanzar y dar vuelta a la derecha, casi me atropella de no haber sido porque reaccione rápidamente golpeando el cofre, cuando me acerque a preguntarle qué le pasaba, qué si no me había visto, me contestó que iba en otra cosa, ¿en otra cosa? ¿Qué no venía manejando? Al parecer no, el venía discutiendo con la chica que lo acompañaba.

A veces en la vida nos pasa así, en apariencia estamos haciendo algo cuando en realidad nuestra mente, nuestro corazón y nuestro espíritu se encuentran en lugares totalmente diferentes (ni hablar de las incongruencias en las que luego vivimos al pensar, sentir, decir y hacer totalmente cosas contrarias entre sí, pero ese es otro tema) y luego nos preguntamos por qué andamos tan cansados, sin energía, sin sueños, sin ganas. Sin duda, no estar en el presente y en lo que estamos haciendo implica un desgaste impresionante, sin embargo no nos damos cuenta hasta que sucede algo o el cuerpo lo reclama.

Imagínate que eres un personaje de ficción en una película de acción y tienes una misión, para cumplirla exitosamente necesitas a un equipo (si, eres un superhéroe pero hasta ellos necesitan ayuda y no pueden hacerlo todo solos), ¿a quién llamarías para formar parte de él?

En la vida, a veces sin buscarlo o sin estar realmente conscientes de ello, vamos formando una suerte de equipo que nos va acompañando en distintas misiones personales, profesionales o laborales. Sin embargo, en muchas ocasiones y también a veces sin darnos cuenta, lejos de rodearnos de gente que nos aporte nos relacionamos con personas que nos restan energía, recursos, motivación y que nos influyen de manera negativa.

¿Quiénes son estas personas? ¿Cuál es su propósito? ¿Cómo identificarlas?

Recientemente alguien con quien conversaba me ha dicho que pareciera que la vida la veo detrás de unos lentes de color rosa, así todo resulta “maravilloso” e “increíble” a pesar de los eventos desafortunados que me han tocado vivir. Su comentario me recordó a un gran amigo que hace muchos años me dijo “es que tú a todo le encuentras lo bueno o lo bonito”, entonces me puse a reflexionar sobre la manera en la que miramos lo que nos sucede.

Cuando nacemos, miramos con ojos limpios, curiosos, con la inocencia de nuestra mente y de nuestro corazón, todo se ve transparente, luminoso; pero poco a poco, conforme crecemos vamos encontrando “lentes” a través de los cuales observamos la realidad y lo que nos sucede. El color de las gafas con que “miramos” estará determinada principalmente por las creencias que tenemos (y que vamos construyendo en relación con los otros y con la experiencia) pero, ¿podemos decidir que gafas utilizar?

Es real, ¡por fin se acabó 2012! Un año que para muchos, representó retos y aprendizajes profundos derivados de procesos complicados y complejos. ¡Por fin se acabaron las fiestas decembrinas! Y ahora sí, lejos del entusiasmo desmedido provocado por los festejos, las luces, los brindis y las vacaciones, valdría la pena sentarnos a conversar con nosotros mismos y revisar los propósitos o proyectos para éste 2013.

Algunos expertos en planeación recomendarían hacer el planteamiento de propósitos, proyectos, metas y objetivos en junio-julio para el año entrante (como quien dice, ya vamos tarde) con la intención de poder considerar los recursos necesarios y los factores involucrados para el éxito de los mismos con tiempo, sin embargo, el hecho de que sea un “nuevo año” se nos antoja a “nuevo principio” motivándonos a querer hacer nuevas cosas aprovechando la coyuntura y los buenos deseos de todos aquellos que nos envían mucha luz, armonía, buena vibra, etc., etc., etc.

En este “nuevo comienzo” es posible que te encuentres con los propósitos “clásicos” (bajar de peso, dejar de fumar, ahorrar, hacer la tesis, cambiar de trabajo, estar más con la familia, etc.); aquellos que año tras año anotas y que nunca cumples porque siempre hay algo “más importante” o “urgente” o porque “se te fue el tiempo”; y también están los que no cumpliste el año pasado y que consideras ahora sí realizarlos porque son una “buena idea” (o al menos todo mundo lo dice), pero un poco aparte de todos ellos te propongo las siguientes preguntas:

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