Categoría

Desarrollo Humano

Categoría

Durante nuestros primeros años de vida, entre otras muchas cosas que vamos aprendiendo, el seguir instrucciones se vuelve básico, con mayor o menor rigidez aprendemos que si obedecemos a lo que mamá, papá (o quien esté a cargo de nuestro cuidado) nos piden estaremos mejor y seremos apreciados, con el paso del tiempo y de la experiencia incluimos en nosotros la función “obedecer”.

Más tarde ya siendo adultos nos enfrentamos a circunstancias en las que parecería que existe una exigencia a la obediencia como si no tuviéramos derechos, opinión o decisión propia; obedecer como un acto para que los otros se sientan bien y con poder, para no hacer más olas, para no tener problemas, para llevar la fiesta en paz; y en el límite, nos encontramos sin poder desobedecer como si fuéramos robots, esclavos o nos encontráramos en un estado de emergencia militar, como si de manera interna escucháramos una voz en nuestra cabeza que dijera “usted no tiene otra opción, continúe”, cuando en realidad tal vez si exista otra opción, la desobediencia.

Si en tu mano está dar una instrucción que puede lastimar o perjudicar a otro, ¿lo harías? Si no lo harías, entonces ¿por qué obedecerías una instrucción que te lastima o te perjudica? Y sin embargo, en la vida ahí vamos obedeciendo sin cuestionar tantas cosas que no nos aportan, que nos limitan, que nos lastiman.

Un pasado triste y doloroso puede hacernos creer que quienes somos y lo que tenemos es lo único que podremos llegar a ser o tener, pero esto no necesariamente es cierto, existe la posibilidad de desafiar al pasado y atreverse a crear un mejor futuro.

Y probablemente sea difícil y complejo poner de lado nuestro pasado para desde hoy preguntarse: ¿Quién me gustaría ser los próximos años? ¿Qué más hay para mí allá afuera? ¿Este que soy hoy, es todo lo que puedo ser?

Es común la creencia respecto a las palabras como fuente de poder: una fuerza capaz de crear o destruir, de lastimar o curar y, sin embargo, es poco frecuente lo que nos detenemos antes de expresarlas.

¿Cuántas veces hemos soltado una maldición, una palabra altisonante, brusca, ruda o hiriente y nos basta con decir “es que así soy yo” o nos contentamos con el cuento de “no es problema mío lo que el otro interprete”? ¿Y si fuera cierto que las palabras fueran un bumerang que regresan a nosotros, inclusive con mayor fuerza? Tal vez cuidaríamos más lo que sale de nuestra boca, sin importar quién fuera nuestro receptor.

Hay quien se excusa en demasiada sinceridad o brutal honestidad para descargar palabras sin empatía, con rudeza innecesaria; sin embargo, detrás de esos “sin filtros” hay bastante desconsideración y crueldad. Se dice que lo que sale de nuestra boca habla de lo que habita en nuestro corazón; si esto fuera cierto ¿qué hay en tu corazón y en tu mente?

Cuando llegamos al mundo nuestras piernas no son capaces de sostenernos, es necesario que alguien nos lleve en brazos; con el transcurrir de los meses vamos ganando fuerza, habilidad y logramos sostenernos en nuestros pies y, ganando práctica, logramos caminar, trepar, correr y brincar. No caminamos de un día a otro.

En el andar de nuestra vida ¿qué tanto valoramos nuestros pequeños pasos cotidianos? Y es que con frecuencia nos desanimamos por no ver los resultados fantásticos de inmediato y con facilidad menospreciamos las “pequeñas” cosas que hacemos en el cotidiano.

Cabe aclarar que no llamo a la mediocridad de contentarnos con hacer lo mínimo, de esforzarnos poco o no hacer ningún sacrificio, sino el valorar cada paso que damos en el camino por ser lo que soñamos ser, de darte cuenta de las cosas que haces por ir hacia adelante (aún cuando creas que es poco o nada) y valorarlas en su justa dimensión, saber que lo que haces cuenta… y mucho.

¿Cuántas veces hemos estado en situaciones que nos desgastan, nos roban energía o están en contra de nuestros valores e incluso atentan contra nuestra persona… pero ahí seguimos? Algo en nuestro interior nos envía señales de que“esto no está bien para ti” y decidimos no escuchar y continuar a pesar de la incomodidad o malestar que sentimos y que, al paso del tiempo, se hace más evidente y profundo.

¿Qué tan leal eres a ti mismo? ¿Qué tanto te respetas? ¿Tus acciones van de acuerdo con tus principios? En una lista de prioridades ¿qué sitio ocupan tus necesidades? Estás preguntas parecen sencillas de responder y de manera espontánea es posible decir “claro que estoy yo primero” o “por supuesto que me respeto y actúo de acuerdo a mis principios”. Sin embargo, cuando nos damos el tiempo de revisar más a fondo, podemos observar que no siempre actuamos a nuestro favor y que en ocasiones atendemos a las agendas ocultas de los demás y nos dejamos para el último.

A veces tenemos tantas ideas que no encuentran salida, que se quedan dando vueltas sin llegar a ningún lugar, aunque sí entorpecen nuestro buen humor y las tareas que tenemos contemplado realizar; ideas que tuercen los pensamientos y merman nuestro estado anímico, poco a poco.

Es como si el aire que respiramos se pusiera denso, irrespirable, asfixiante, enrarecido; casi podemos sentir cómo nos quedamos sin aire y el ahogo en la garganta.

Moscas dando vueltas en círculos, las ideas de proyectos inconclusos o pendientes, ese problema que parece no tener solución, los recuerdos de un mal amor, o los momentos de una relación que no da para más; las hojas en blanco o las situaciones que no sabes cómo enfrentar, y también aquellas que han rebasado las fuerzas y las habilidades presentes. ¿Por qué no darles un poco de aire?

En el acelere cotidiano, de la rutina, las responsabilidades, las obligaciones, la alta auto exigencia, la obsesión por el control y el perfeccionismo ¿cuántas veces nos damos la oportunidad de ponerle pausa a nuestro día a día y nos entregamos al goce de un momento que puede volverse especial?

Objetivamente sabemos que el reloj no para su marcha, si algo hay cierto es la continuidad del tiempo, nunca se detiene, sin embargo hay circunstancias y momentos, en los que podemos sentir como si el tiempo no existiera, algo mágico parece haber en ello e incluso nos da una energía especial que nos permite continuar sonriendo, soñando… viviendo plenamente.

Sentarse en un sillón mullido, a lado de una ventana abierta por la cual entran los últimos cálidos rayos del sol que está por ocultarse, sentir en el rostro el fresco aire del verano mientras observas el vaivén de las ramas de los árboles del parque vecino…

 

Comer tu helado favorito, lenta y golosamente, disfrutando la cremosa textura derritiéndose suavemente en la boca, provocando sensaciones placenteras y evocando recuerdos de infancia…

La vida se ha tornado complicada y tú te has descubierto ineficiente para enfrentarla, parece que te falta algo o alguien para salir adelante, de repente, aparece una solución que promete felicidad, éxito, fama, fortuna y bienestar envuelto en “técnicas” de superación personal.

Y ahí estas sentado entre otros invitados quienes igual que tú desean resolver rápidamente los temas que vienen arrastrando desde hace mucho tiempo; nos encontramos tan deseosos de soluciones instantáneas que dejamos de escuchar las alarmas que suenan en nuestro interior avisándonos del peligro que corremos.

¿Hace cuántos años dejaste de ser niño? ¿Te acuerdas cómo eras? ¿A qué jugabas? ¿Qué querías ser cuándo fueras grande?

Tal vez no ha pasado mucho tiempo desde aquellos días y claramente están todos esos recuerdos en tu mente, o no.

Hoy que ya eres un poco mayor, ¿eres lo que soñaste cuándo niño? Es claro que cuando uno es pequeño sueña con ser tantas cosas, todo parece posible de lograr y de ser (incluso ser superhéroe con capa y toda la cosa), conforme pasa el tiempo de algún modo no damos cuenta que hay que enfocarnos en algo y si existe el acompañamiento adecuado logramos canalizar quienes somos y nuestras inquietudes hacia quienes queremos ser, encontrando un camino personal, profesional y laboral que puede desarrollarse en armonía.

Te tiras en la cama (o en el sillón, o en el piso, o en la acera, en realidad no importa, da igual), cierras tus ojos y aparece ese pensamiento que te ha acompañado desde hace varios días… ¿qué sentido tiene que siga viviendo? ¿Y si un día no despertara?

Con dificultad (o no) te quedas dormido y al paso de las horas abres los ojos en un nuevo día, un día que sientes que no tiene nada nuevo ni bueno para ti… ¡carajo, para qué amanecí! Desolación, apatía, indiferencia, tristeza… sin fuerzas, sin sueños, sin motivos… demasiado, todo pesa demasiado, todo cansa demasiado, todo harta demasiado… diría Jaime Sabines, la gotera de los días y la vida yéndose sin sentido.

Pin It