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Desarrollo Humano

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Imagínate de vacaciones 15 días seguidos, en plan todo incluido, en un lugar lejano de la cotidianeidad, la rutina, las obligaciones, los deberes y las personas tóxicas. Tú, acostado en un camastro con un pie en la blanca y suave arena, tomando el sol, escuchando las olas de ese mar que en calma refleja a las aves que cruzan el cielo, mientras disfrutas de un libro con una historia increíble y te refrescas con tu bebida favorita.

Lamentablemente las condiciones actuales nos alejan de un sueño como este, las largas vacaciones y el tiempo de ocio han dejado de ser una pausa necesaria para mantener la salud y el equilibrio y se han convertido en un lujo difícil de acceder.

Pero ¿qué hacer? En realidad es indispensable cambiar el switch, hacer una pausa en el camino, tomar aire diferente y encontrarnos en el ocio, en actividades que nos gusten, en lugares que nos estimulen, en un cambio de rutina que nos permita regresar a nuestras actividades habituales con energía, buena actitud y disposición a seguir adelante con los proyectos personales y laborales.

Recuerdo que mi madre siempre decía que “las vacaciones no son para no hacer nada, sino para cambiar de actividad” y tengo muy presente a un amigo mío que siempre dice que “cualquier día es un buen día para estar de vacaciones”, así que te propongo que aunque tengas un par de días de vacaciones (o más si eres muy afortunado), aproveches al máximo ese tiempo, no esperes a tener todas las condiciones favorables para las vacaciones soñadas y disfruta cada momento, ¿cómo? Aquí algunas ideas:

Vivimos en el mundo del “multitasking”, de la inmediatez, de entre más rápido mejor, en el que es común escuchar la frase de “todo se puede”.

Con frecuencia vivimos tratando de conseguir todo al mismo tiempo y lamentablemente más veces de las que podemos aceptar sólo logramos hacer un poco de todo, terminando cansados, agotados, frustrados, malhumorados, quizá hasta enfermos.

En algún momento de cansancio o de enfermedad derivado del “tener que” realizar mil y un tareas para conseguir el “todo” o “mantener el todo” de alguna voz escucharemos “todo se puede” y sin asertividad ni autoconocimiento dejaremos de lado las señales que nos indican que algo nos está sucediendo en el transcurso de la loca carrera por el “todo”.

¿De dónde salió aquello de “todo se puede” sin claúsulas, advertencias, excepciones, consideraciones o recomendaciones?

Hay días en los que uno siente que la vida va cuesta arriba y que las metas o propósitos están bien para inicio de año pero no para un lunes cualquiera o para mediados de agosto. Y así andamos, en la rutina, en el día a día, sin aprovechar los momentos en los que podríamos hacer cosas excepcionales o sin invertir en los momentos que podrían acercarnos más a nuestros sueños, tal vez esperando una señal o algo que nos haga despertar o escuchar “es ahora”.

Frente al espejo, a veces por las mañanas mientras nos arreglamos o en la noche mientras tratamos de quitarnos de encima el día, hay cosas que preferimos no decirnos, a veces, preferimos hacer oídos sordos a la verdad que grita por dentro. Otras veces, mientras esperamos una cita, una consulta, un transporte que no llega, prestamos mucha o poca atención a esas voces interiores que dependiendo de diversos factores pueden ser dulces, consecuentes, exigentes, demandantes, tiranas o descalificadoras.

El mundo laboral presenta grandes retos, absorbe buena parte de nuestro tiempo y energías, invertimos recursos para dotarnos de conocimientos y desarrollar habilidades que nos permitan estar cerca del “éxito” laboral o profesional y tratamos de mantener un CV actualizado. Sin embargo, en este proceso de crecimiento profesional o laboral podemos pasar por alto la actualización de nuestro interior, dejando de lado, el fortalecer a quien estará con nosotros toda la vida: nosotros mismos.

“Pero unas personas valen para unas cosas y otras para otras.
Hay quien vale para el maratón, quien vale para el golf y quien vale para las apuestas”.
H. Murakami.

En diversas circunstancias recurrimos a la comparación con los demás. Vas por la calle y te encuentras con algún conocido de otra época de tu vida. Te enteras de lo bien o mal que le está yendo a alguien cercano. Te cuentan de como la está pasando algún ex. Y entonces, sin quererlo pero tampoco sin detenerlo mucho, empieza ese proceso de evaluarnos en comparación con lo que sabemos de esa persona o de lo que ha conseguido (para bien o para mal).

Imagina la escena. Un día decides que la relación amorosa que tienes ya no cumple las expectativas, y con todo el dolor de tu corazón te reúnes con él/la que se convertirá a partir de ese momento en tu ex. Seguro sabes cómo es eso. Ahora imagina todo ese momento sonando de fondo “With or Without You” de U2 o “Ahora que te vas” de Luis Miguel (o alguna de despedida). ¡No por favor! Seguramente la próxima vez que la escuches, y dependiendo de cómo hayas salido de ese asunto, te evocará recuerdos y emociones.

De repente la vida da un giro inesperado (alguien o algo se va o llega a nuestra vida), o las cosas no han resultado a nuestro favor, o simplemente por ociosidad (si, a veces uno tiene momentos ociosos en la fila del super, del banco, viajando en el transporte público, esperando al dentista, etc.) y entonces se abre ante nosotros un espacio en el que utilizamos la capacidad que tenemos para cuestionamos.

Espacio que se convierte en una caja de Pandora si combinamos preguntas mal formuladas, capciosas, ociosas, malintencionadas con respuestas provenientes de una autoestima mal ubicada, un ego herido, falta de perspectiva, emociones desbordadas, planteadas en un mal momento. Y entonces te preguntas, ¿por qué a mí?, ¿por qué siempre me pasan estas cosas?, ¿por qué la (o) quiere más que a mí?, y una pregunta lleva a la otra y de repente te encuentras enredado en tus propios planteamientos y en todo aquello que generan. Resultará difícil salir de un laberinto de preguntas que te han remontado al pasado, al dolor, a tus debilidades y temas pendientes.

A unos días de su cumpleaños una persona me dijo, “ya han sido muchos años, como que ya me aburrí” y entonces me pregunté ¿cómo puede uno aburrirse si hay tantas cosas por hacer y la vida se va presentando tan distinta todos los días? Al menos siempre he pensado que me gustaría vivir muchos años, los suficientes para hacer una lista enorme de proyectos que traigo en la cabeza (es claro que no todo se puede hacer al mismo tiempo).

Y puede ser que los días, las semanas y los años nos parezcan lo mismo, que nada interesante, importante o trascendental suceda en mucho tiempo. Tal vez, la vida transcurre en esa estabilidad y tranquilidad tan anhelada en los momentos de tormenta, sin embargo no hay que perder de vista que la mayor parte del tiempo somos nosotros quienes hacemos de nuestra vida una aventura constante o el mismo paseo de siempre.

Antes de cualquier cosa, me gustaría decir que no soy especialista en cine, ni esta columna pretendería ser una crítica especializada en séptimo arte o algo parecido. Me gusta el cine y por lo general busco quedarme con algún mensaje o reflexión de las cintas que veo, para mí o como material de conversación o recurso didáctico. Dicho lo anterior me siento en mayor libertad para comentar lo siguiente.

Tuve la oportunidad de ver la película Ted. Por decir algo muy general (y no quitarles la ilusión a quienes no la hayan visto), la película plantea el sueño cumplido de un pequeño por tener un mejor amigo para siempre encarnado en su oso de peluche. Todo va bien mientras John (el protagonista) es pequeño, pero las circunstancias cambian cuando él tiene más edad, un trabajo, e intenta tener una relación de pareja.

Más allá de si la película es buena, mala, me reí mucho o no, me quedé pensando, ¿cuántas cosas, hábitos, relaciones, creencias y emociones conservamos de nuestra vida infantil en nuestra vida adulta que no nos permiten avanzar?

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